diumenge, 1 de juliol del 2012

De profundis


 
Muchos al salir de la cárcel se la llevan consigo, la ocultan como una desgracia secreta y durante largo tiempo se arrastran para morir en un agujero, como pobres bestias envenenadas. Es lamentable tener que hacerlo y es un terrible error de la sociedad obligarlos a ello. La sociedad se arroga el derecho de inflingir horribles castigos al individuo, pero también tiene el vicio supremo de la limitación de espíritu y no puede darse cuenta de lo que ha hecho. Cuando el hombre cumple su condena, la sociedad lo abandona a sí mismo; es decir, lo abandona en el preciso momento en que comienza su mayor deber hacia él. La sociedad está realmente avergonzada de sus propios actos y esquiva a aquellos a quienes castigó, como la gente evita al acreedor a quien no puede pagar o al hombre a quien se ha hecho un daño irremediable o irreparable. Por mi parte puedo decir que así como entiendo lo que he sufrido, la sociedad debe entender lo que me ha inflingido. De este modo no habrá resentimiento ni odio por ninguna de las dos partes.
Oscar Wilde

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